Cuando estaba en el liceo
mis amigos y yo éramos los bolches. Era el rótulo que nos habían
puesto los demás. Eso quería decir que tomábamos como propias
todas las causas, hasta las perdidas o las inexistentes. Éramos los
primeros en salir a defender al compañero suspendido por romper el
vidrio de una ventana de un pelotazo, o a la piba que se había
anotado todo el resumen de biología en el dobladillo de la pollera.
Sentíamos que todo era una mierda, y a la vez, no. Antes de entrar
nos juntábamos en las escaleras. Tomábamos mate y fumábamos. Nico
llevaba la matera, el mate y el termo, y entre todos hacíamos la
baquita semanal para comprar yerba. Cuando faltaba algún profesor, o
cuando simplemente no pintaba entrar a clase, jugábamos al truco en
el bar de la esquina. El gallego no nos quería vender cerveza, pero
si no hacíamos mucho barullo nos dejaba ocupar una mesa. Qué botón
el gallego. Bien que cuando iban las trolas de la otra clase y le
hacían caiditas de ojos les regalaba un chop para que lo tomaran
entre todas. Nosotros no nos quemábamos. Con el mate lavado la
íbamos llevando. Lo importante eran los campeonatos de truco que
armábamos. Eran impresionantes. A Nico y a mi casi nunca nos
ganaban. Éramos la pareja top entre los bolches. La pareja linda. Yo
usaba la camisa leñadora de Nico. Y teníamos el pelo igual de
largo. Me encantaba el pelo de él, me gustaban los pibes de pelo
largo en esa época. Y pensaba que me gustaba su aliento a tabaco y
yerba, y su olor a jabón de lavar y a humedad. Siempre estábamos
juntos. Llegábamos al liceo de la mano, y a la salida me acompañaba
a la parada del ómnibus. Éramos los que llevábamos la batuta en
las asambleas. Aunque yo era más la secretaria que tomaba nota y él
era como la versión teen del Che. Nico era respetado. Tenía
ese aire místico cuando se quedaba pensativo y cebaba mate. A mi me
gustaba su lado justiciero, su permanente estado de alerta frente a
la autoridad. Un invierno hubo una marcha de todos los liceos. Fue
increíble. Estuvimos una semana pintado banderas y armando
pancartas. Y él iba delante de nosotros, con la cara tensa, animando
a todos a seguirlo con los cánticos y las palmas.
Todo
era así, lindo. Las remeras Hering negras se iban destiñendo, y a
mi me parecía que era lo único que perdía color. Hasta que pasó
lo que tenía que pasar. Resulta que entró un pibe nuevo. Hank. Era
hijo de un inglés. Era medio concheto. Todos los días se paraba el
jopito con gel. Tenía un par de remeras Lacoste y un vaquero Pepe
Jean que le había traído el viejo de Londres. Y se afeitaba los
tres pelos que tenía, pero se ponía un after
shave que nos empezó a tener locas a
todas. Hasta a nosotras, que parecía que esas cosas no nos iban. Si,
a las bolches, las hippies, las sucias. Porque preferíamos ser eso
que ser las conchetas, las huecas. Las que iban a bailar marcha todos
los sábados. Todas esas lo rodeaban. Pero él se hacía amigo de
todo el mundo. Era como que no tenía prejuicio con nadie. Un día se
puso a jugar al truco con nosotros. Y hasta nos consiguió cerveza,
porque al gallego le gustó eso de tener a un inglés en el bar
mugroso. Era bueno jugando al truco. Le dio unas cuantas palizas a
Nico. Yo pensé que Nico lo iba a empezar a odiar, pero cosa rara, se
hicieron amigos. Muy amigos. Entonces los tres fuimos inseparables.
Él también me acompañaba a la parada. Iba con nosotros a todos
lados. A mi no me molestaba. A Nico tampoco. Pero no pasó mucho
tiempo hasta que a mi me empezó a molestar Nico. Quería estar sola
con el inglés. Las veces que nos habíamos puesto a charlar sin Nico
en el medio, yo sentía que flotaba. Se podía hablar de todo con el
inglés. Era conversador, no como Nico. Y como tenía tres hermanas
mayores, se sentía cómodo entre mujeres, y entendía todo. Terminó
de conquistarme una tarde que yo tenía dolores menstruales y fue
hasta la farmacia a comprarme un remedio, y ni tuve que decirle cuál,
y después me preguntaba cómo me sentía y me miraba con ternura
como si fuese una enferma terminal. Empecé a sentirme fea al lado de
él. Le devolví la camisa leñadora a Nico y me compré un busito
nuevo. Me dejaba más seguido el pelo suelto, y aunque no sabía nada
de inglés, ya que iba en contra de mis principios, escuchaba
atentamente los cassettes que Hank me grababa con bandas del under
londinense, y él trataba de familiarizarse con los que yo le
grababa, cosas de Charly García, Legião
Urbana y Los toreros muertos. Nico no decía
nada. Así que yo seguía haciendo la mía, tratando de quedarme sola
con el inglés y poniéndome celosa si él hablaba con alguna otra.
La última semana de clases se armó un gran campeonato de truco. “El
desafío final” le pusimos. Lo tomamos muy en serio. Vivíamos
instalados en el bar del gallego. Éste se puso pesado porque nunca
le consumíamos nada, así que le dimos el gusto y pedíamos una
botella grande de pomelo para todos. Otros compañeros de clase
venían a rodear la mesa. El bar se convirtió en una extensión del
liceo, y los parroquianos de la barra nos empezaron a mirar mal. El
campeonato fue peleadísimo. Como era de esperar Nico y Hank quedaron
en la final, sacándose chispas. Estaba medio liceo ahí, esperando
por la definición. Nunca se supo quién ganaría. Porque a un
pelotudo se le ocurrió gritar en medio de la montonera: “Y por qué
juegan, ¿a ver quién se va a tirar a la Lorena?”
Y la Lorena era yo.
En vez de levantarse a
trompear al que había gritado, Nico me mandó una mirada de odio, y
después perdió su calma habitual y se lanzó arriba de la mesa,
derechito al cuello del inglés, y la botella de pomelo casi vacía y
los vasos volaron y el gallego se calentó y con ayuda de los viejos
de la barra que estaban esperando la más mínima falta de nuestra
parte, los agarró y los sacó del brazo para la vereda y les dio un
sermón que parecía que iba a durar toda la tarde. Después del
espectáculo la cosa se disolvió y cada uno se fue para su casa, y
yo me quedé ahí sin saber qué hacer, sintiéndome rara por tener
que ir a la parada sola.
3 comentarios:
Pero me encanto!
Que bueno, que bien pintada tu época!
Gracias!
Gracias Margarita!
y quien se quedó con la lorena??
je, genial recuerdo el que despertaste con las hering desteñidas y las marchas...
Publicar un comentario