lunes, octubre 08, 2012

Cómo matar a Lucy*




Por primera vez en mi vida experimentaba un genuino deseo de matar.
La acumulación de odio y frustración en el cuerpo te hace sentir enferma, como si estuvieses enfrentando la gripe más resistente. Una no tiene dominio o control del cuerpo, algo extraño se apodera del corazón y del resto de los músculos, se fermenta la sangre, se estrecha la garganta y hay una descompensación en el oxígeno que entra a destiempo en los pulmones.
El deseo de matar tiene su clímax, éste se alcanza solamente una vez, cuando todas las condiciones están dadas para que el cúmulo de energía llegue con éxito a su destino.
 En mi caso bastó ver la cara de Lucy para que los síntomas invadieran rápidamente mi cuerpo. Sentí un choque eléctrico en la nuca, un estremecimiento y un mareo caluroso que me arrojó sobre ella. A través de la niebla de mis ojos vi su carita tonta, su estúpido corte de pelo, sus lentes asimétricos, su postura de perdedora, sus párpados caídos, las comisuras dobladas en un gesto de prematura vejez. Es hermoso perder cualquier rastro de racionalidad. Convertirse en un ser completamente salvaje y amoral, sin obligación de cortesía. Es hermoso duplicar tus fuerzas físicas, reducir tu cerebro al tamaño de una nuez, arrojarte con aplomo sobre la nariz puntiaguda y brillante del enemigo, desencajarla en un par de segundos con el filo de tu boca y hacerla sangrar después de un simple crac; arrancarle puñados de pelo en tirones rápidos; hundir las rodillas en el abdomen contraído por el miedo; patearle la cintura hasta dejarla morada; desgarrar con uñas de león sus mejillas sonrojadas; todo eso hasta quedar exhausta, hasta que eso que se movía y resistía no lo haga más. Primero arruinaste mi vida, y ahora me convertiste en esto... Por favor Lucy, no me mires así. 




*Montevideo, 2006.

jueves, agosto 30, 2012

Un consejo




Cuando tenía doce años me dieron el mejor consejo de mi vida. Lo hizo una tía abuela, un domingo caluroso, cuando preparábamos la mesa para el almuerzo en su vieja casona del Prado. Mientras yo acomodaba la vajilla inglesa ella encendió un Republicana sin filtro y tosió como un perro enfermo. Sin preámbulos me preguntó si estaba enamorada. “Enamorada”. La palabra me ruborizó. Le dije que no. Entonces esta mujer, que había conducido un jeep militar con guantes de cuero, que había sido una especie de Mata Hari de su época, me miró a los ojos, lanzó un humo espeso y me señaló con su dedo huesudo. “Recordá esto que te voy a decir. Nunca te enamores de alguien que sea menos inteligente y menos interesante que vos”. Yo sonreí con timidez, acomodé los tenedores de alpaca y creí entender. Ella estaba sola, en una gran casa llena de fantasmas, intentando salvarme. Sabía lo que decía. 




jueves, julio 26, 2012

Morrón y cuenta nueva




Un día nos conocimos y nos gustamos.
El problema era que nuestros corazones estaban chamuscados y adoloridos. Cada vez que nos acercábamos se contraían, reculaban, no querían saber de nada.
Así que ante la incapacidad de ofrecernos mutuamente nuestros órganos, los sustituimos por morrones.
Morrones recién arrancados. Rojos. Intensos. Brillantes. Perfumados.
Se adaptaron rápidamente a nuestros cuerpos. No latían como los corazones. Tenían una vibración casi imperceptible y constante, un cosquilleo fresco que impulsaba la sangre y erizaba los lóbulos de las orejas.  
Así es como cada vez que escribía en mi libreta y pensaba en sus ojos, dibujaba un pequeño morrón cruzado por una flecha. A su vez, un día de San Valentín recibí por debajo de mi puerta una esquela que decía “Mi morrón te pertenece”.
Hoy somos felices. Cada vez que pasamos por delante de una verdulería y vemos un cajón lleno de morrones, sonreímos. 




sábado, julio 14, 2012

Cepillos




En el baño guardo una caja llena de cepillos de dientes. Son de mis ex parejas o de personas que podrían haberlo sido, pero dejaron su cepillo antes de que la relación prosperara.
De hecho tengo una teoría: cuando alguien deja su cepillo, es el principio del fin. Siempre ha sido así. Mis relaciones se empiezan a deteriorar ni bien aparece un Colgate o Pico-Jenner en el vasito de cerámica.
Tengo de todos colores y en diferentes estados. Rojos, violetas, azules, amarillos, naranjas; con mango ergonómico, futuristas o de líneas simples; apenas usados o con las cerdas mirando hacia lugares diferentes.
 Cuando la cajita se empieza a llenar, los voy sacando. Me sirven para remover el sarro del desagüe de la pileta.


lunes, julio 09, 2012

Globo de nieve



Sacudo el globo de nieve en mi mano. Lo dejo sobre el escritorio y apoyo la cara sobre mis brazos para ver la escena. Sé que va a ser breve. Me las ingenio para meterme rápido, para verme y ver desde adentro de la cúpula de vidrio. Las partículas blancas se van asentando en el suelo de plástico. Pero para mí ya no es nieve falsa ni una representación tosca y mal pintada de una ciudad. Ya es una calle fría en vísperas de navidad. Camino por la acera húmeda que absorbe las luces coloridas de los escaparates. Levanto el cuello de mi chaqueta de cuero y enciendo un cigarrillo. Mis botas viejas taconean firmes, espantan a los gatos vagabundos de las esquinas, alertan a los drogones en los portales sucios. Busco un bar. Un lugar cálido para escuchar canciones viejas y emborracharme. La nieve está amainando. El cielo entre los edificios se aclara. Todo es demasiado silencioso. Un cartel de neón me da la bienvenida. Quito la nieve de mis hombros; abro una puerta y desaparezco. 




lunes, mayo 07, 2012

Diseñador



Sos mi cian, magenta y amarillo.
Las combinaciones de vos me estimulan.
Tu perfume con tu lunar con tu sonrisa.
Tus cutículas con tus pestañas con tu pelo.
Tu silencio con tu sudor con tus ideas.
Tu ombligo con tus besos con tus orejas.
Sos mi paleta Pantone al 100%.
Piel sólido mate con aroma a papel recién impreso.