miércoles, diciembre 22, 2010

Amigos Imaginarios - Joe Strummer*


La vez que Joe Strummer pasó por Montevideo lo conocí por esas cosas del destino.  Mi hermano mayor trabajaba en el aeropuerto y un día vino con el cuento de que el líder de The Clash había llegado de incógnito, con lentes oscuros, una pequeña valija y la funda de una Stratocaster. Me reí. Me imaginaba a Stummer en el precario aeropuerto de Carrasco y no le veía sentido. Pero mi hermano me miró serio y un poco ofendido, me juró que sí, que era Strummer, que él mismo le había sellado el pasaporte que decía John Mellor, su verdadero nombre.  Así que me puse en campaña, llamé a mi amiga Vicky y empezamos a buscarlo por todos los hoteles de tres estrellas para arriba, que en ese entonces no eran muchos. Pero no había rastros de Joe. Lo encaré a mi hermano en la cena, ¿me estabas jodiendo vos?, y él que no, no seas boluda, cómo te voy a mentir. Así que cambié de estrategia. Le pedimos el Chevette al padre de Vicky y salimos un sábado a recorrer el Centro y cualquier bar de mala muerte con tal de encontrarnos a Strummer acodado a alguna barra o incluso zapando en un improvisado escenario con algún músico local.
Anduvimos dando vueltas por un rato largo, lo mareamos al Chevette. Hicimos una pausa en La Pasiva de la Plaza Independencia y nos comimos dos panchos cada una con un chop a medias. Estaba lindo ahí adentro, con tanta madera que le daba ese aire cálido y el gran barril de cerveza que decoraba el final del local. Nos habíamos calmado y perdido el entusiasmo inicial; simplemente éramos dos amigas compartiendo unos panchos en La Pasiva. Mirábamos cada tanto de reojo al Chevette estacionado en la puerta, con la trompa hacia nosotras, y en eso veo un grupo de pibes cagándose a trompadas en la calle. El mozo salió a chusmear. Le dije a Vicky que se diera vuelta, era un grupo de metaleros contra unos punkies, y otro tipo que metía alguna piña y que después se dio vuelta y se hizo el desentendido. Tenía el pelo corto, una chaqueta de cuero negra, unos jeans medio ajustados y unos lentes de sol. ¡Ahí estaba! Agarré la cartera del respaldo de la silla y a Vicky por el brazo, nos fuimos corriendo sin pagar  y  nos montamos al Chevette como los Duques de Hazzard. ¿Dónde estaba? Había agarrado para 18 de Julio, así que salimos dejando la marca de las cubiertas en el pavimento y los gritos del mozo de fondo; bajamos las ventanillas y empezamos a rastrearlo. Unas cuadras más adelante lo vemos parado, fumando tranquilamente y escuchando a un viejo que tocaba el acordeón en una esquina. Lo llamamos por el nombre y se dio vuelta, desconfiado. El resto es historia. Las horas en Fun Fun tomando Uvita, Joe rasgueando la guitarra en el murito de mi casa, ir al cine Colón a ver la despedida de Los Estómagos, llevarlo al aeropuerto y saludarlo por últimas vez… Bueno, pero ese es material para contar en otra ocasión.


*Publicado en la revista Freeway, 2008.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno Natalia. A Strummer siempre hay que volver, hace un par de días estuve escuchando la banda sonora del documental The future is unwritten, que trae la música de su vida además de algunas versiones encontradas de los Clash. Super recomendable. em