sábado, enero 29, 2011

Plato Elefante*

Cuando los exploradores peruanos divisaron desde la nave el planeta que a los dos días llamaron “Plato Elefante”, quedaron más que asombrados. Es que justamente, Plato Elefante es un planeta chato, con forma de plato, sostenido por dos gigantescos elefantes que hamacan sus pesadas patas en el espacio, lo que hace que el planeta esté siempre en movimiento.
El planeta por encima de los elefantes es seco y polvoriento. Los habitantes son en su mayoría ratones diez veces más grandes que los nuestros, y viven bajo tierra la mayor parte del día. No son ratones vulgares. Poseen modales refinados, hablan 34 dialectos, construyen palacios subterráneos y se visten como dandies. Toman una infusión parecida al té cada tres horas, puntualmente. Pero tres horas en su planeta equivalen a una hora, 32 minutos, 59 segundos del nuestro. Ellos se hacen llamar “hialpes”. Fue lo primero que dijeron cuando uno de los exploradores peruanos metió la cabeza en una de las tantas entradas subterráneas. Un ratón más viejo y más gordo que los demás se adelantó, sin sorprenderse por aquella cabeza humanoide, se golpeó delicadamente el pecho con la pata y repitió: “hialpes, hialpes, hialpes”. El peruano con los ojos como huevo duro sólo atinó a decir “José. José”, por lo que desde entonces los hialpes no nos llaman humanos, sino simplemente “los josé”.
Los hialpes recibieron a los josé como la cosa más natural del mundo. Cada vez que un josé pisa la tierra de los hialpes, tiene asegurada una pequeña pero cómoda cama, sopa caliente, quesos picantes y té cada tres horas. No son muy alegres. Sus fiestas son opulentas pero ceremoniosas, llenas de encajes, corbatas, galeras y candelabros dorados. Todos poseen una risita contenida y chillona, que les hace fruncir el hocico, pero no es común verlos así. Son prolíficos y brillantes poetas, tanto así que no se les movió ni un bigote cuando una tripulación norteamericana les tradujo a Walt Whitman. 
En épocas de lluvia organizan picnics en la superficie. Les encanta el olor de la tierra mojada, y practican diversos y complicados deportes al aire libre. Luego, al anochecer y antes de regresar, organizan decenas de pequeñas fogatas en homenaje a los elefantes que los llevan por el espacio. No todos se toman el tema con tanta seriedad: Los hialpes más jóvenes se distraen pensando en la fondue que los espera en casa.



*Publicado en Guía para un Universo, 2004.



Ilustración: Eduardo Barreto.


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