Los
estadounidenses se empeñaron en llevar el
béisbol más allá de las fronteras de nuestra galaxia. Por momentos
parecía que era lo único que les interesaba. Soñaban con ver a los
otros seres del Universo con caps
y hotdogs en las
tribunas, y las ligas mayores con equipos foráneos (como una forma
de modernizarla y adaptarla a los nuevos tiempos). Ni que hablar de
la tanda publicitaria en los partidos que se transmitirían vía
satélite: una cosa es que te vean en la otra costa del país, ¡y
otra cosa es que te vean en la otra punta de la vía láctea!
Se
organizaron bien. Cientos de voluntarios fueron
preparados para invadir los planetas con vida inteligente e
instruirlos en el deporte. Improvisaban las canchas, mostraban
películas de jugadas memorables, repartían caps
y camisetas de diferentes equipos, los Boston Red Sox, los
Philadelphia Phillies, los New York Mets, los New York Yankees, los
Chicago Cubs, los Pitsburgh Pirates, y narraban con entusiasmo las
hazañas de Babe Ruth, Hank Greenberg, Mickey Mantle y Joe DiMaggio.
Lo más difícil era explicar las reglas. Una vez entendidas las
reglas lo más difícil era contagiar la pasión por el deporte.
Cientos de voluntarios volvían a la Tierra frustrados, rojos de ira,
heridos, y más nacionalistas que nunca. No podían entender cómo
podían fallar en tantos planetas, cómo era tan difícil hacerles
entender lo apasionante que era el béisbol. No podían soportar ver
a los seres extraños parados en la base sin saber qué hacer, viendo
pasar la pelota por el costado, o si lograban batear, ya habían
olvidado el paso siguiente.
Para
el béisbol la conquista del espacio fue todo un
fracaso. Las canchas que quedaron desperdigadas terminaron teniendo
diferentes usos: en algunos lugares lo juegan cada tanto según lo
entendieron; en otros las preservan como un recuerdo de aquellos
extraterrestres entusiastas y sonrientes que un día se fueron sin
dejar rastros, y en otros simplemente las tapó el polvo y la arena.
*De "Guía para un universo", 2004.
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