Pisaron
la tierra nueva con desgano. Estaban hartos de llegar a planetas sin
vida inteligente. Este, sin embargo, tenía algo
que lo hacía diferente: el suelo estaba cubierto con charcos de
diversos tamaños, acá y allá, más grandes, más chicos. También
había algunas elevaciones, y una hierba corta y muy verde. El cielo
era de un celeste intenso, como en las mejores épocas de la Tierra,
pero cerca del suelo correteaba una bruma que se hacía por momentos
más densa. Había que admitirlo: no había evidencia de vida
humanoide o animal, pero tenía cierto encanto que lo diferenciaba
del resto. El aire era puro, las pruebas de tierra y agua no
detectaron elementos tóxicos, así que se abrieron los trajes
espaciales, se quitaron las pesadas botas, y se recostaron sobre la
hierba a disfrutar del sol. Era un momento de distensión para la
tripulación brasileña, por lo tanto el capitán permitió que se
improvisara un picnic con feijoada
y cerveza incluidas. Bebieron y comieron hasta el cansancio, pero
también hubo tiempo para poner un poco de música y bailar hasta
quitarse lo poco que quedaba de los trajes espaciales. De la hierba
que pisotearon durante horas quedaba poco, y ya se veían lamparones
de tierra en la zona de baile. El capitán, feliz de conquistar el
respeto de su tripulación con tremendas libertades, se echó en el
suelo a descansar, de costado. El cansancio y la digestión
comenzaban a transportarlo a un mundo de somnolencia y confusión.
Eso quiso decirse a sí mismo cuando con la cara contra el suelo
comenzó a ver cuerpitos humanos con no más de cinco milímetros de
alto. Correteaban despavoridos, se escondían debajo de la espesa
hierba… ¡bosques! ¡Esa no era hierba! ¡Eran árboles! ¡Bosques
diminutos que desde arriba parecían hierba! Y más allá casitas,
construcciones que había confundido con piedritas. Quiso vomitar.
Vio a sus subalternos saltando y bailando, vio sus pies golpeando el
suelo, y se desmayó.
El daño
que los brasileños provocaron a aquella tierra fue incalculable.
Vistos con lupa, los habitantes de aquel planeta no diferían mucho
del nuestro, sólo que eran considerablemente más pequeños. En la
Tierra la noticia despertó diversas reacciones. Algunos creían que
por su tamaño, estos “pequeños humanos” como se los llamó en
la prensa, no tenían demasiado valor. Otros se escandalizaron; no
podían creer semejante masacre. Pronto comenzaron las hipótesis de
qué pasaría si a la Tierra bajaran botas gigantescas que nos
aplastaran. Hoy las visitas al planeta de los charcos no están
permitidas por razones obvias. Los brasileños nunca supieron cómo
resarcirse. Para algunos es suficiente con dejar al planeta en paz,
sin la visita de los grandes humanos.
*De Guía para un universo
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